IGLESIA EN SU POTENCIAL

Reflexión diaria: 21 de Abril del 2017.

Por: Abner L. Perales González

La familia Hernández, formada por Lauro (papá), Andrea (mamá), Jorgito (hijo) y Beto (hijo) son miembros actuales de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Me fueron presentados por el hermano Soto, un laico apasionado por la misión de la Iglesia. El hermano Soto había contactado a la familia Hernández y les había convencido para aceptar estudios bíblicos. Concertó con ellos un sábado de tarde y me invitó a hacerme cargo del estudio.

Lauro y Andrea creían que el conocimiento bíblico debía ser inclusivo. Así que aceptaban estudios bíblicos de Testigos de Jehová, Apostólicos, Evangélicos y, ahora, de Adventistas. No le decían que no a nadie si tenía que ver con Biblia y no querían hacer compromiso con ninguna denominación a fin de evitar ser exclusivos.

Alrededor de unos dos meses después de haber iniciado con los estudios bíblicos, les volví a visitar un sábado con mucha nieve. Cuando me bajé del carro y toqué a su puerta, no noté que el techo de su casa móvil estaba derrumbado. El peso de la nieve que había caído en los últimos cuatro días lo había vencido. Lauro estaba batallando para acomodar dos vigas improvisadas que sostuvieran el techo de su casa. Sin decir ni hacer mucho, me despedí con la promesa de volver con ayuda.  Inmediatamente le llamé por teléfono al hermano Soto por ayuda. Él vino hasta el lugar y analizó la situación. Esta familia no necesitaba estudios bíblicos, sino de una comunidad que les apoyara.

El hermano Soto buscó ayuda en la Iglesia local esa misma tarde. A partir de ese momento, la Iglesia se dividió en dos: 1) Aquellos que de forma incondicional ofrecieron su ayuda, incluyendo a dos albañiles, un arquitecto, un ingeniero civil, un músico y cuatro hermanos dispuestos. 2) Aquellos que se preocuparon por la forma imprudente en que el hermano Soto había pedido ayuda: En una reunión informal, sin una propuesta por escrito a la junta de Iglesia y además, en efectivo.

El primer grupo se puso de acuerdo y, durante la madrugada y mañana siguiente limpiaron la nieve del techo de la familia Hernández, rediseñaron la pequeña casa móvil y proveyeron de la ayuda necesaria para que la familia completa estuviera segura bajo el frío y la nieve de aquel lugar. El segundo grupo también se puso de acuerdo y, durante esa noche y las siguientes semanas se preocuparon de reportar al hermano Soto ante migración, cancelar su cuenta de correo electrónico y prevenir a la congregación de no otorgar dinero en efectivo a esta petición de ayuda hasta que se corroborara la veracidad de los hechos. Ambos grupos trabajaron unidos para atender, a su manera, esta situación. Y todos lo hicieron sin que la familia Hernández supiera los detalles de su organización.

Tan solo un par de meses después de este incidente, Lauro, Andrea y Jorgito entregaron su vida a Jesús, y se bautizaron. Cuando se les preguntó, el día del bautismo, qué es lo que les había animado a entregar su vida a Jesús, Lauro y Andrea comentaron: “Fue la Iglesia. Cuando lo necesitábamos más, ustedes estuvieron ahí para ayudarnos. Nosotros queremos ser parte de esta comunidad que ayuda a los demás de forma tan espontánea como ustedes. En especial fue la acción del hermano Soto quien nos brindó su ayuda de forma incondicional.” Entre los miembros presenciando aquel bautismo estaban aquellos dos grupos mencionados anteriormente. También estaba el hermano Soto quien, de forma admirablemente madura, incluyó en sus comentarios a toda la Iglesia como la agencia que les proporcionó ayuda.

Repetidamente he hecho memoria de aquel sábado con nieve y a esta familia en medio de esa dificultad. Y he llegado a la conclusión que cuando la Iglesia trabaja con el potencial que Dios dispuso para ella, cuando sus miembros colocan sus dones y talentos al servicio de los demás, no hay agencia más poderosa sobre esta tierra que pueda hacer bien a quienes le rodean; basta con ver cuántos han sido ayudados por hospitales, iglesias, orfanatos, escuelas y otras agencias de la Iglesia. Sin embargo, cuando la Iglesia trabaja por debajo del potencial que Dios dispuso para ella, cuando sus miembros colocan sus prejuicios, intereses y agendas antes que a los demás, no hay agencia que logre hacer tanto daño como ella; basta con ver las inquisiciones, guerras “santas” y tantos asesinatos “en nombre de Dios.”

Si tan solo la Iglesia se levantara más seguido para estar en el potencial que Dios planeó para ella. Si tan solo sus miembros colocaran de forma incondicional sus dones, talentos y recursos para ayudar a quienes les rodean. Si tan solo tú, querido lector, y yo buscásemos dejar que Dios actúe en medio de este mundo a través de nuestras vidas, el mundo cambiaría.

“El amor que tengan unos por otros será la prueba ante el mundo de que son mis discípulos” (Juan 13:35, NTV)




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